¿Qué papel juega la televisión como medio de comunicación?, ¿cuál lleva a cabo en la actualidad en nuestro país? A estas preguntas se puede responder desde distintas perspectivas. Tomaremos como ejemplos dos puntos de vista diferentes. Por un lado, la visión de José Javier Esparza, periodista y crítico de televisión y por otro, la opinión del fallecido Joan Ramón Mainat, periodista y productor televisivo.
Según
José Javier Esparza, la televisión es en gran medida un medio de
entretenimiento y una fábrica de realidad: “(…) El espectador sigue acercándose
a la televisión como quien acude a una fuente de realidad. Esto no quiere
decir, evidentemente, que el espectador se crea a pies juntillas todo lo que ve
en la tele, que confunda la realidad con la ficción. Lo que quiere decir es que
la fuerza de la televisión es tan intensa, la capacidad de impregnación
psicológica de la imagen televisada es tan feroz, que sus historias, sus
personajes, los comportamientos que reproduce o las modas que transporta,
terminan siendo emulados por la sociedad entera y, así, convirtiéndose en
realidad viva.
En
muy buena medida, la televisión se ha convertido en una productora de cultura,
de criterios éticos y estéticos, de formas concretas de vivir y también de
prejuicios sobre lo bueno y lo malo. Y esto, por cierto, se ejecuta de manera
más eficaz a través de los programas de entretenimiento, que imponen modas e
ideas sin coacción aparente, que a través de los informativos, cuyos
contenidos, precisamente por permanecer en el ámbito del periodismo clásico,
siempre están expuestos a que el espectador active la barrera crítica.
Este
carácter "creador de realidad" de la televisión es importante, y
volvemos al eje de nuestro tema, por la posición en la que queda el espectador.
Lo que el espectador se encuentra, mucho más allá de los telediarios, es un
expendedor de espectáculo que es percibido como espejo de la vida y que
continuamente le está proponiendo mensajes, ideas, imágenes, impulsos,
emociones (…)”
Desde
el punto de vista de Joan Ramón Mainat: “(…) Ya pasé
mi etapa “honrada”. Escribí mis artículos y mis libros. Cultivé géneros
catalogados como dignos. Es más: yo también critiqué con rigor esta televisión
que “atonta a las masas”. Ahora no solo me encuentro cómodo en este infierno al
que nos vemos sometidos los que hemos caído en este pecado mediático, sino que
me atrevo a hacer proselitismo.
Invito a pecar. Ofrezco la manzana de la tentación, sobretodo a
aquellos profesionales o estudiantes más sensibilizados. La llamada televisión
de entretenimiento existe y es mayoritaria. No solo eso: seguirá existiendo y
seguirá siendo mayoritaria durante algunas décadas. Hay que decidir si
entregamos la responsabilidad de este género en exclusiva a los dignos
profesionales del circo y las variedades, o animamos a algunos profesionales de
la comunicación a entrar con entusiasmo en este terreno (…)”. Por otro lado, el
periodista reflexiona sobre algunos tópicos de la televisión de entretenimiento:
“(…)
Primer tópico: los documentales son buenos y los programas de
entretenimiento son malos.
O no. Los documentales también pueden ser no sólo malos, sino
malísimos. Y los programas de entretenimiento pueden ser no sólo buenos, sino
excelentes. En todo caso, lo que determina la posible calidad de un programa no
es el género al que pertenece, sino la suma de todos los posibles elementos por
los que una obra televisiva puede ser valorada: dirección, realización,
producción, presentación, interpretación, guión, fotografía, iluminación,
sonido, grafismo, ritmo interno, tono, looks, originalidad, capacidad de
creación de sentimientos, interés, idoneidad en la elección y tratamiento de
los temas, y un larguísimo etcétera que es la suma de los trabajos de un equipo
completo de televisión.
A pesar de esta evidencia, no he leído ni oído una mala crítica o
un comentario desfavorable a un documental en los últimos años, y en cambio
cada día leemos y oímos lo pésimos que son los programas de entretenimiento.
Las opiniones son libres, tan libres como las decisiones de los profesionales y
programadores, pero reconociendo, eso sí, que lo difícil es analizar una obra
televisiva en su conjunto y lo fácil es criticar lo superficial.
Segundo tópico: no hay que darle a la gente lo que les gusta
O sí. A la pregunta clasista de “¿Hay que dar a la gente lo que
les gusta?”, muchos responden que no. Lo dicen desde la voluntad de dirigismo
de una elite que debe orientar a los ciudadanos, incapaces de saber lo que les
gusta y lo que no, lo que les conviene y lo que no. La respuesta a esta
pregunta puede tener muchos matices, pero no partamos de la premisa que la
voluntad de la mayoría es intrínsecamente mala.
O al menos no apliquemos a la televisión criterios distintos a la
política. ¿Tienen qué gobernar los políticos que los ciudadanos eligen? ¿Tienen
que emitirse los programas que los espectadores desean? Para ambas preguntas
hay sendas respuestas, una en sentido tolerante y democrático, otra en sentido
restrictivo y dictatorial.
Tercer tópico: la televisión es la culpable de todo lo que pasa en la sociedad.
O no. Lo hemos oído muchas veces. Unos adolescentes nazis y
perturbados ponen una bomba en su escuela: la culpa es de la televisión. ¡Hay
que ver la violencia que hay en algunas series! Se lee poco en España: la culpa
es de la televisión. No se fomenta la lectura y, además, no se da tiempo al
espectador para que pueda leer. Unos energúmenos maltratan a sus mujeres: la
culpa es de la televisión. Eso pasa por culpa de los reality shows. Un
determinado partido pierde votantes: la culpa es de la televisión. No han
salido los minutos suficientes en el Telediario. Los hijos llegan tarde a casa
y no obedecen las órdenes de sus padres: la culpa es de la televisión. Siempre
potenciando la juerga y el cachondeo. Y así un largo etcétera.
Antes de la invención del automóvil no había accidentes de coches.
Aun así, nadie cuestiona el invento. Pues bien: antes de que la televisión
fuera inventada, sí había nazis, perturbados, analfabetos, energúmenos,
políticos fracasados e hijos desobedientes. Y, probablemente en mayor número.
Yo desconfío un poco de los que ven mimetismos entre lo que se ve en televisión
y los comportamientos cotidianos de la gente, porque teniendo en cuenta que en su
infancia seguramente vieron películas de indios y cowboys, igual me
cortan la cabellera (…)”.
Lo que está claro, es que no hay más que encender la televisión
para darnos cuenta de que esta está orientada al entretenimiento del público, a
que este se evada de sus problemas y preocupaciones. Así mismo, recae en el
telespectador el uso que quiera hacer de este medio. Como ejemplo de la
orientación de la televisión hacia el entretenimiento encontramos el cierre de CNN+ y su sustitución, en su momento, por Gran Hermano 24 horas
o si observamos la evolución de los informativos en España: cada vez más
anécdotas, más sucesos truculentos y más tiempo para los deportes y la
promoción más o menos camuflada. En definitiva, contenidos más ligeros que
buscan entretener y dan menos peso para el análisis y la ayuda a entender
realidades complejas.